¿Qué es Edith sin carnaval?

POR SOLEDAD GAGO 

Edith González tiene 66 años, es negra y es la principal figura del carnaval de Melo, una ciudad uruguaya fronteriza con Brasil. El 2021 será el primer año, desde 1980, que no saldrá a bailar con su comparsa. Por la pandemia por coronavirus se suspendieron los desfiles de carnaval de todo el Uruguay.

El martes 7 de febrero de 2017 Edith González lloró. Faltaban unos minutos para el desfile inaugural del carnaval de Melo cuando supo que sus compañeros en la Escuela de Candombe le habían pintado un número 50 a sus tamboriles y que desfilarían con un cartel que decía: “Edith González Escuela de Candombe – El pueblo y los carnavales te saludan en tu 50 carnaval”. Ese día Edith González lloró tanto que no sabía si iba a poder desfilar.

Ella, que baila desde los 11 años. Ella, a la que el pueblo espera en la calle. Ella, a la que le sacan fotos y a la que abrazan. Ella, que tiene una canción en su nombre. Que fundó junto a su hijo Robert la Escuela de Candombe en 1988. Ella, que tiene la piel negra como un tango, el cuerpo firme y estirado, el pelo siempre corto y la sonrisa pintada. Ella, que es carnaval. Ella, pensó que por primera vez no iba a tener la fuerza para atravesar las nueve cuadras del desfile con elegancia, con firmeza, con convicción.

El martes 7 de febrero de 2017 Edith González, por entonces 63 años, hizo lo que había hecho siempre desde 1980: se vistió, se maquilló y salió a desfilar en el carnaval con su gente. Allí, en la calle, entre plumas y brillos y con el cuerpo casi desnudo, es donde todo tiene sentido.

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Los primeros días de noviembre la ciudad de Melo, capital del departamento de Cerro Largo, fronterizo con Brasil, quedó suspendida. El Ministerio de Salud Pública anunció que solo en Melo había 45 casos nuevos de coronavirus y que esperaban que hubiese más de 100. Hasta ese día solo había habido un caso en la ciudad. Hasta ese día, la Escuela de Candombe de Edith González estaba ensayando para el carnaval 2021. El 15 de noviembre el presidente Luis Lacalle Pou dijo que no estaba previsto que se celebrara el carnaval.

Este es el primer año que en la vida de Edith no habrá trajes brillantes, ni tacos, ni plumas, ni baile, ni tambores.

¿Qué es Edith sin carnaval?

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En 1980 Edith desfiló por primera vez en el carnaval de Melo. Lo hizo con un grupo de amigos y familiares. Eran cinco mujeres y dos bailarines. Tenían cuatro tambores.

Diez años después el grupo había crecido y se había profesionalizado. Era 1990 cuando Edith viajó 400 kilómetros de Melo a Montevideo para inscribir a la comparsa en Las Llamadas, el desfile de candombe más importante del país, que además forma parte del concurso oficial del carnaval. Cuando llegó, se enteró que para anotarse el grupo tenía que tener un nombre. Le pusieron Escuela de Candombe de Cerro Largo. Edith fue la primera mujer dueña de una comparsa en Uruguay. En 1990 y en 1991 ganaron el premio a Mejor Comparsa del Interior.

En 1993 volvieron a presentarse. Ese año ganaron el cuarto premio a nivel nacional. Fue una sorpresa. “Cuando nos dijeron nos queríamos morir, no entendíamos nada, desfilamos atrás de Morenada, que era una de las comparsas más importantes”, dice. Al otro día del desfile Edith se presentó, en nombre de su grupo, a retirar el premio y después fue a almorzar al Mercado del Puerto. En un momento llegó Marta Gularte, la primera vedette del carnaval uruguayo. Cuando la vio Edith se puso de pie. Había llegado, para ella, la vedette definitiva, la mejor de la historia, la que lo hacía como nadie más.

Marta pidió un whisky.

—¿Me explican qué arreglo hubo con esos canarios de Melo para que ganaran un premio?—preguntó Marta.

Canario es la palabra que usan las personas de la capital para referirse, despectivamente, a las del interior.

—Siéntese, Marta— le dijo Edith.

—¿Y esta enana quién es?

—Soy la dueña de la comparsa de los canarios de Melo y además soy la vedette. Y la verdad Marta es que para mí la vedette del carnaval es usted, no importa lo que diga, usted es mi ídola.

Marta la miró por encima del hombro y recorrió su cuerpo.

—Pero sos una enana. Mi hija es una vedette de años y ¿vos le ganaste así?.

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Treinta años después Edith atiende el teléfono. Dice “hola, corazón”. Tiene la voz áspera, y dulce. Aleja el teléfono de la boca, le pide a sus nietos, que están de visita, y a su hermana, con quien comparte la casa, que por un rato no la interrumpan. Cierra la puerta de su cuarto y dice: “Ahora sí, preguntame lo que quieras. Te cuento todo”. Es un lunes de diciembre de 2020. Edith acaba de cumplir 66 años, es soltera, trabaja en la empresa de telecomunicaciones del estado, anda por la ciudad en bicicleta, habla con el intendente de turno, enseña candombe en las escuelas públicas, tiene un premio Amanda Rorra — que reconoce el trabajo de mujeres afrouruguayas— una foto con Angela Davis, guarda en su casa los trajes de la comparsa, y sabe que el año que viene no habrá carnaval.

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Edith es la menor de cuatro hermanos. Su padre, que venía de una familia de carnavaleros y cantaba tangos, llegó a Melo desde el departamento de San José para hacer la instalación de la luz eléctrica de la ciudad. Conoció a Irma. Se enamoró. Se casaron. Tuvieron cuatro hijos y nunca más se fue de la ciudad. El abuelo materno de Edith era murguista y su madre una gran bailarina de tango.

A comienzos de 1920 en la ciudad de Melo había dos centros sociales. El Club Unión y el Centro Unión Obrero. Las personas negras no podían entrar a ninguno. Como respuesta a esto, en 1923 se fundó el Centro Uruguay: un club exclusivo para negros donde las personas blancas tenían prohibido el ingreso.

A los 11 años Edith salía con las comparsas del Centro Uruguay, que bailaban samba brasilera. A ella le gustaba bailar pero sentía que había algo en la forma de aquellos movimientos que no terminaba de cerrarle. Un día escuchó a una cuerda de tambores y empezó a bailar. Lo hizo como si bailara desde antes de nacer. Lo hizo con la convicción de un rezo. Lo hizo porque los tambores tocaban candombe y su cuerpo se movía con una delicadeza salvaje, como si estuviese poseído por el sonido intenso y cortado que salía de las lonjas.

Edith no era samba. Edith era candombe.

—Bailar candombe es como ser negra: es algo que se siente en el cuerpo. Soy muy orgullosa de ser negra, de ser quien soy. Tengo 66 años y sigo vistiéndome como quiero, salgo en carnaval con dos piezas, me pongo colaless, dos piedras que me tapan los senos y salgo a bailar así. Me miro en el espejo y me siento divina, ¿por qué no voy a estar orgullosa de ser negra? A veces los negros se discriminan a sí mismos, se sienten culpables por ser negros. Yo no. Ni yo ni mi familia. Siempre he sabido frenar a quien se pasa en ese sentido. Una vez, yo tendría 15 años, estábamos en la clase de música del liceo y un compañero hizo un chiste referido a las negras, las figuras musicales y nosotras, o sea, mis hermanas y yo, que éramos las únicas negras del liceo. Terminó de hacer el chiste, yo me acerqué y le pegué una cachetada. Ahora somos amigos.

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El carnaval de Melo tiene un poco del carnaval de Montevideo y un poco del carnaval de Artigas, un poco del carnaval Río de Janeiro y del carnaval de Bahía. Sin embargo, el carnaval de Melo no se parece a ningún otro. Tiene comparsas, reinas y sambas, murgas, tambores, banderas, bastoneros, brillos, vedettes y plumas. Tiene tríos eléctricos, como Rapaduras de Osobuco, detrás del cual desfilan cientos de personas cantando y bailando y personajes históricos como el domador que desfila adiestrando a un hombre que se disfraza de oso todos los carnavales.

Tiene, también, sobre todo en los últimos años, invitadas especiales. Una de las preferidas es Moria Casán, diva de la revista porteña, un ícono pop de 74 años. En 2016 y en 2017 Moria recorrió Saravia —la calle principal de la ciudad donde se realiza el desfile— parada en un carro y agarrada de un bastón fijo al suelo. Iba con un vestido negro y transparente en las piernas, los brazos cubiertos y el pecho al aire, el pelo igual de negro e igual de lacio que siempre, la cara maquillada, brillante y lisa sin dejar ver ni siquiera una arruga. Moria saludó, bailó sutilmente, se sacó fotos, tiró besos, extendió las manos y sostuvo en brazos a bebés que le entregaban desde el público, como si fuese una especie de santa milagrosa. Ese año, además, desfilaron las hermanas Victoria y Stefanía Xipolitakis, mediáticas argentinas, y figuras uruguayas como Claudia Fernández o Abigail Pereyra.

En junio de 2017 Moria fue invitada a la Mesa de Mirtha Legrand. Sentada a su derecha, dijo: “Le mando un beso a la gente de Melo. Voy todos los carnavales. Me contratan”. Mirtha la interrumpió: “Es famoso el carnaval de Melo”.

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El 3 de diciembre de 1978 los tambores sonaron por última vez en el conventillo Medio mundo de Montevideo. Ese día las familias que vivían allí fueron desalojadas y el lugar fue demolido en una operación de la dictadura militar instalada en el país desde 1973. Ubicado en el pleno Barrio Sur de Montevideo, el conventillo era el lugar de los negros en la ciudad. Desde entonces, el 3 de diciembre se celebra el Día Nacional del Candombe, la Cultura Afrouruguaya y la Equidad Racial.

Todos los años, ese día Edith y su comparsa hacen un desfile frente al Centro Uruguay que siempre termina en una fiesta. Es la celebración de la piel, de las raíces, de la cultura.

El 3 de diciembre de 2020 en Melo hubo silencio. Edith no salió a la calle a bailar. Nadie lo hizo. Ese día, mientras ordenaba y limpiaba su casa sintió algo que no entendió. Era como una necesidad extraña del cuerpo y de la cabeza. Una ausencia en la que debería haber tambores. Un día cualquiera que debería ser una fiesta. Un ritual de celebración aniquilado.

Confundida, en su cuarto, Edith llamó a su hermana.

—Ruth, escucho tambores.