Un cuerpo trans y caribeño en Moscú

POR DARCY BORRERO BATISTA
ILUSTRACIÓN DE ALINA NAJLIS

Esta historia podría contarse a través de varios estados de Facebook. Yenifer León, cubana y trans, varada en Moscú por la pandemia, murió lejos de su casa y de los suyos. En las múltiples cuentas donde contaba de su vida y sus viajes, también narró la tristeza de los últimos días.

Según Facebook, antes de sus viajes a Moscú en busca de ropa para revender, Marcia León se había sentido fantástica en el habanero Parque de la Fraternidad, epicentro de la prostitución trans en la capital cubana.

En esa suerte de zona roja, la joven posa junto a otras dos amigas. El escote resalta sus senos. “Ya lista…”, se lee. Atrás se ve la noche veraniega, luces artificiales que iluminan árboles.

“A las 12 de la noche es cuando esto se pone rico. Parece Nueva York. Es el momento en que sale toda la escoria a vacilar”, dice Agustín Díaz. Y sobre el Parque de la Fraternidad se destapa: “Esa es la pasarela, ahí van todas a buscar dinero”.

Solo a unas cuadras de allí se ubica La Bombonera, el hostal para trans que mantiene Agustín desde los años 90, aunque no lo legalizó hasta 2010, cuando el gobierno cubano dio 182 tipos de licencia para el trabajo por cuenta propia.

Todas las mujeres trans y travestis que pasan por su casa tienen historias difíciles, de maltrato, incomprensión. “Tú haces la historia de una, pero es la historia de todo el mundo”, dice Agustín. “Todas tienen una gran virtud, son muy buenas hijas. Todas quieren viajar para poderse transformar, hacerse senos y nalgas. Le dicen a eso ponerse bella, ponerse regia. Y ese es su sueño, irse de Cuba”.

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Las últimas publicaciones de Yeni fueron desde la cuenta de Yenifer León. 16 de abril de 2020: se siente pensativa en Moscú. “Cómo extraño mis fiestas pero es mejor estar sana y en casa, besos, mis amigos, quédense en casa”, aconseja.

Pone corazones y debajo una fotografía que la muestra espléndida, en un juego de top y minifalda, medias negras de malla, recostada de un tubo metálico que sostiene con la mano derecha. Una manilla azul y de rojo los labios. Sonríe. En otra instantánea se ve un cuerpo de espalda, con la línea de la columna vertebral pegada al tubo, tacones de varias pulgadas y un cabello azul lumínico que se pierde ya sobre las nalgas.

Como una ráfaga, sin que pueda distinguirse si es de noche o de día porque hay luz, pero una luz muy distinta a la del Trópico, Yeni se abre paso en el frío paisaje urbano moscovita. Toda de blanco, camina con estilo por una calle en la ciudad más grande de Europa. La razón por la que viste de blanco es religiosa: como cubana practicante de la religión Yoruba heredada de sus ancestros africanos, Yeni vive el año de su iyaworaje, una etapa de purificación en la que debe cumplir estrictas reglas, entre ellas la de adoptar un vestuario poco convencional y protegerse del frío, de la lluvia y la niebla nocturna.

Por eso lleva una sombrilla que la tapa del cielo de Moscú. Le cuelgan del pecho collares representativos de sus Orishas, santos legados de una generación a la siguiente: de blanco y azul, Yemayá; de amarillo, Oshún. Los combina con unos pendientes de perlas y cubre su cabello con un turbante. Solo alcanza a decir “aquí” con zalamería mientras a su paso se mantiene el trasiego de carros y luces gélidas, que hacen ver las imágenes como espectrales, como si salieran del cine ojo al ritmo lento de las sinfonías de ciudad. Con la diferencia de que estas son las imágenes de un cuerpo tropical que marcha hacia la muerte.

No luce como alguien que vaya a morir en pocas semanas.

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En una de su fotos de facebook, Carmen abraza el altar que debió pertenecer a Yeni. La imagen es de 2018, 10 de febrero, y sus ojos brillan a contraluz junto a la fotografía de un niño uniformado, camisa blanca, pantalón y pañoleta rojos.

Como frase de presentación en la red social, Carmen Caridad Cárdenas escribe “Estoy con mi hijo”. Cuando dice mi hijo, habla de ella: la muchacha que decidió nombrarse Yenifer o Marcia. Pero sobre todo Yeni. La chica trans cumpliría a finales de 2020 sus 34, pero murió a la edad de Cristo el día 28 de mayo. A más de diez mil kilómetros de los suyos, del barrio, de la casa donde creció.

Yeni nació en Jovellanos, un pueblo al occidente de Cuba, y a mediados de 2019 renació como iyabó al coronar el santo sobre su cabeza. Desde entonces y hasta el momento de su muerte -a una semana de finalizar su yaboraje-, vestía de blanco, honrando la religión yoruba. No pudo hacer su fiesta del año de santo ni el tradicional ebbó.

En la misma foto donde Carmen abraza el altar que debió pertenecer a su hija, se alza una muñeca negra con turbante y vestido de colores. Al frente tiene plantada una casita de madera con techo a dos aguas. El tipo de representaciones que se suele usar para atraer en vida el objeto de deseo o de necesidad. Si los muertos al manifestarse mediante un espiritista o santero piden que se les ponga una casa en formato de “juguete”, es como vía para alcanzar un hogar.

Ese parece haber sido uno de los sueños de Yeni. Quién sabe si en Cuba o en Moscú, o en cualquier parte de la Tierra. Como muchos cubanos, ella quiso conocer el mundo más allá de su pueblo.

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Agustín recuerda a más de una Yeni entre las 266 parejas inscritas en su Libro de Registro. Al ver las fotos le cuesta reconocer a la hija de Yemayá. “Es que se ve muy regia, muy arreglada, tiene lentes verdes”, dice Agustín. Después de escrolear más de una treintena de imágenes dice que sí, que la ha visto en su hostal. “Pero estuvo solo un mes, no tuvimos esa guarandovia. Tengo algunas aquí que llevan mucho tiempo, son como familia. Con ella no tuve mucha relación. Se alquiló en el primer piso, en casa de mi mujer”.

Las redes sociales de Yeni hablan de una vida agitada, de aventura.

El 16 de mayo de 2018 a las 5:28: Se siente encantada en Amsterdam Airport Schiphol, Netherlands. “Sorpresa, la última la tenemos nosotras, los documentos… Rojo”, escribe Yeni junto a imágenes de pacotilla, muñecas, abrigos y maletas.

24 de mayo de 2018 a las 15:15: Se siente genial en la provincia de Matanzas. “En casa con mis guías”, comenta sobre las fotos que la muestran al centro de dos altares: una muñeca negra toda de azul y amarillo a un lado; otra vestida de rosa, al costado. Fotos de difuntos, vasos espirituales, una sopera, también azul, abierta. Aguardiente, abanicos.

26 de julio de 2018 a las 10:58 pm: Está celebrando este día especial en Embajada de España en Cuba. Unas imágenes de ella con pasaporte rojo vino en mano, en el portal del Consulado, acompañan el texto: “ya está confirmado”.

Y luego: mayo de 2020 “Yenifer León se siente sola en Moscú”.

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El 28 de abril, justo un mes antes de morir, Yenifer apareció junto a tres amigas trans en un reportaje de El País. En su cabeza, según relata la periodista, el plan no tenía fisuras, pero el coronavirus y los cierres de fronteras trastocaron todo: el viaje a Moscú que incluía trabajar unas semanas (no dice en qué), comprar mercancía barata y venderla con un margen de beneficio a la vuelta en Cuba, se transformó en la Odisea de quedar varada lejos de los suyos, sin recursos y sin una fecha concreta de vuelta. “Y mi contador corre”, remarcaba entonces.

El País añade que los antirretrovirales que Yeni tomaba desde hace 11 años y que llevó a Moscú a esa fecha se le habían terminado. “Esto es un problema grave”, se lamentaba atusándose el turbante blanco. Sentadas a su lado en una de las camas del piso que comparten, asienten Yoandra Agüero y Natalie Almanza, que como ella afrontan la doble discriminación de ser trans y tener VIH. La cuarta chica en la imagen se llama Viki Fonseca. De todas, era Almanza la más cercana a Yeni.

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Los parches verde limón en la pared semejan un mapamundi atrapado en una estrecha habitación de Moscú. Bien pegada a la pared está la cama de Yeni, tendida de blanco, en el hospital A. E. Rabujín, especializado en tratamiento de la tuberculosis. Una mesita con algunas pertenencias y una silla que se alcanza a ver en los videos que envió al diario español El País.

Otro reportaje publicado en ese medio el 9 de junio, aun cuando equivoca la edad de Yeni o el tiempo que le faltaba para completar su yaboraje, da fe de que la chica llevaba hospitalizada 23 días, los últimos de ellos entre las paredes desconchadas del Rabujín. Como los condenados de Siberia en la narrativa zarista, se quejaba del frío y de que la habitación no cumplía las condiciones básicas de salubridad.

El día antes de morir, se comunicó con una amiga cubana residente en Montevideo.“La conocí en Rusia. Compartimos juntas en una renta pero corto tiempo”, cuenta por chat. “Era bella como persona, ayudaba a todo el que podía. A mí me ayudó, yo me quedé sin renta porque tuve que salir de la que tenía y ella me dijo ven para acá y me pagas cuando tengas la plata. Y así fue y ahí nos conocimos, era bien buena, quería mucho a su familia y a su mamá, que era todo para ella”.

Permanecer en Rusia entrañaba lidiar con una barrera idiomática, racismo y discriminación machista, pero también con la desidia del sistema de salud para tratarla.

“Una vez enfermó allá en Rusia y fui con ella al médico y no querían ni atenderla. Y ella tuvo que pagar para que la vieran y luego en unos días tenía que irse a Cuba para recuperarse pero no tenía plata y con un dinero que mandaron de Cuba más otro que le dí yo, sacó pasaje para Cuba y se fue. Esa vez gracias a Dios resolvió y se puso bien, pero en Moscú no la atendían bien y se tuvo que ir a Cuba”, dice su amiga desde Montevideo.

Le contó “que no la querían atender por su enfermedad (VIH); que ahí donde estaba se lo consiguió una fundación de ayuda a inmigrantes; que el hospital estaba en pésimas condiciones pero que no podía hacer más nada. Y que allí no le querían poner el tratamiento de antirretrovirales”.

El 5 de mayo empezó a sentirse mal y, con la ayuda de Anna Voronkova, una voluntaria independiente que ayuda a la comunidad cubana, Yeni fue ingresada en el hospital de infecciosos número 2 de Moscú. Sospechaban que se hubiera contagiado de Sars-Cov-2, pero dio negativo. Yeni no menciona nada de esto en ninguno de sus cinco perfiles en Facebook, donde aparece indistintamente como Yenifer León o Marcia León. Desde uno de esos perfiles parecía despedirse el 23 de mayo cuando dijo sentirse sola y escribió: “No me llames, no me escribas, no te preocupes por mí, el tiempo será testigo de tu castigo…si comí si estoy bien gracias solo el tiempo será testigo saludos a mis amigos”.

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Cinco días después del último post de Yeni, una de sus amigas escribió: “acaba de fallecer una amiga a la que todos amamos por su buen corazón y cariño”.
Era 28 de mayo de 2020. Neumonía caseosa (o tuberculosa) fue el diagnóstico que le costó la vida en la clínica Rabujín, donde suelen atender a personas sin techo, sin papeles, y extranjeros. La unidad en la que estaba Yenifer se especializa en personas con VIH.

“Su caso ejemplifica que si no sabes el idioma o las reglas, si no sabes navegar por la burocracia de papeles es como si no tuvieras derechos. Y más si eres una mujer trans en un país como Rusia”, dijo Voronkova a El País, aunque reconoció también la escasa colaboración del consulado cubano en medio de la mayor crisis sanitaria internacional en décadas.

La propia Yeni aseguraba haber llamado, insistente, sin recibir respuesta. Razonablemente temía por su vida en medio de aquella montaña rusa cuesta abajo y sin frenos en que se transformó su estancia. Aunque haya muerto lejos de su tierra a los 33 años de edad, se incluye su historia en las estadísticas de una población trans latinoamericana con promedio de vida de solo 35.

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Yoandra Agüero desearía no haber aparecido en El País ni en ningún otro medio. El 30 de abril cuando le escribí, me dijo que se había dejado tomar la foto sin saber que se publicaría. “Yo espero que esto no me traiga problemas. Vine de vacaciones a ver a unas amigas, mi estancia aquí sería alrededor de 3 meses que es lo que permite la visa”, fue su mensaje por chat. En ese momento no hablamos sobre Yeni, sino sobre la situación de los cubanos varados: “Estamos en una renta. La cuarentena la estamos pasando como todos en casa, me imagino que todos están en la misma situación esperando a que vuelva la normalidad. Aquí ayudaron con alimentos a muchísimas personas y eso es muy cierto, y muy agradecidos estamos todos por eso. Y el idioma no es mucho problema porque aquí hay muy buena tecnología y los traductores funcionan muy bien”.

El 5 de noviembre de 2020, última vez en que responde por Whatsapp, Eduardo Escandell, el cónsul de La Habana en Moscú, se ufana de que la Embajada se ha mantenido permanentemente informando y asesorando a los ciudadanos cubanos residentes en Rusia y a quienes se encuentran allá varados sobre “todas las cuestiones que son de su interés”, en especial sobre los “temas relativos a la prevención del contagio” y sobre su “estancia en territorio ruso”.

A esa fecha, aunque ha pasado un semestre desde la muerte de Yenifer León, el cuerpo no ha sido repatriado.

—En verdad es muy doloroso saber que aún su cuerpo está allá y aquí esperamos con ansias la llegada para darle su santa sepultura —dice Yasmani Macías, amigo de Yeni desde la infancia. Cuando le pregunto sobre ella, responde: “Hay detalles de la vida de Yeni que en realidad nunca conocí. Solo sé lo poco que ella quiso que supiera”.

Su cuerpo, como el de una Matrioska, lleva mucha historia dentro.

Yace, en algún paraje de la capital rusa, a cinco bajo cero. Congelado como el trámite mismo para devolverlo a su país.

“Por la pandemia de Covid-19, porque no se han restablecido los vuelos regulares entre ambos países”. El cónsul considera que no es un asunto urgente. “Sobre la situación del fallecido, dada la sensibilidad del tema, su conocimiento solo compete a los familiares del mismo quienes están debidamente informados del asunto”, responde tajante. Moscú no cree en lágrimas.