LA CUARENTENA IMPOSIBLE DE LAS ANCIANAS QUE VIVEN SOLAS
POR CYNTHIA DE LA CANTERA TORANZO
ILUSTRACIÓN FEDERICO MERCANTE
Yolanda y Ofelia tienen 75 años. Al igual que otros 300 mil ancianos cubanos viven solas. Son parte de la población más vulnerable al virus pero no pueden quedarse en casa: deben salir para sobrevivir.
Apoyada en un bastón de cuatro puntas, Ofelia camina por la calle de Obispo al paso que le permiten sus 76 años. Le apura llegar antes de la una de la tarde al Comedor en la esquina de Cuba y Teniente Rey antes de que cierren o se acabe la comida. A falta de nasobuco o bozal -como ella lo llama- se cubre la boca y la nariz con un pañuelo de florecitas.
Ofelia empezó a ir al comedor después de la pandemia.
—Porque tengo amistades que antes me llamaban y me decían que fuera a almorzar —dice—. Pero ahora todo el mundo está encerrado. Ni yo voy a ellas ni ellas a mí.
Yolanda vive cruzando la Bahía de La Habana, en el municipio Regla. También tiene 76 años y vive sola. Aunque cuenta con la ayuda de su familia, desde que enviudó hace tres años recibe más apoyo de sus vecinos y sus hermanas
—No es fácil, somos muchos ancianos en la iglesia —dice.
Desde que se diagnosticaron los primeros casos de COVID 19 en Cuba, los medios estatales e independientes alertaron sobre la vulnerabilidad de los mayores de 60 años. Es decir, 2,2 millones de personas: el 20.4 % de los cubanos.
Unos 343 mil mayores de 60 años viven solos, según explicó Alberto Fernández Seco, jefe del Departamento de Atención al Adulto Mayor, Asistencia Social y Salud Mental del Ministerio de Salud Pública (MINSAP). Varios funcionarios estatales han insistido para que la ciudadanía ayude a estos ancianos a permanecer el mayor tiempo posible en sus casas.
Los vecinos de Yolanda la ayudan con las compras de comida y medicamentos y con el cobro de la pensión que le dejó su esposo. Hace unos días la visitó una doctora para ver si tenía fiebre, tos, o catarro.
El 17 de marzo, el diario Juventud Rebelde publicó las declaraciones de Fernández Seco, que aseguró que el ministerio se encontraba en una etapa de pesquisa activa, fundamentalmente para los adultos mayores que viven solos. Al 1 de abril, Ofelia no había recibido aun atención social, ni visitas médicas o de su CDR (Comité de Defensa de la Revolución), una organización de masa conformada por vecindarios.
El domingo 29, cuando fue al comedor, a Ofelia la anotaron en una lista.
—Me dijeron que me traerían la comida —dice al día siguiente, cerca de las tres de la tarde.— Pero mira, aun no han venido.
Ofelia señala un envase de plástico que antes fue un pote de helado y un vasito rojo. Están vacíos. Por único cubierto tiene una cuchara que guarda en una mesita con pomos reciclados, algunos dientes de ajo, medicamentos y un pequeño y viejo televisor emite sonido pero ninguna imagen. El resto de sus pertenencias las guarda en jabas de naylon que cuelgan de las barandas de la cama.
Los ancianos que no reciben ayuda económicas de sus familiares sobreviven con sus pensiones. La mínima es de 280 pesos en Moneda Nacional (unos 11 dólares), y la máxima ronda los 800 pesos (cerca de 35 dólares), para jubilados de sectores profesionales. Otros se mantienen con trabajos como custodios de instituciones estatales, cuidando y limpiando casas o vendiendo periódicos, maní, o caramelos en la calle.
Los que no pueden trabajar y no pudieron llevar a término sus años laborales hasta alcanzar la edad de jubilación, no tienen ingreso alguno. Es el caso de Ofelia, que dejó de trabajar a los 50 para cuidar a su hijo menor. Fue a finales de los ´90, cuando al muchacho tuvo una serie trastornos nerviosos que lo confinaron en un hospital psiquiátrico en Pinar del Río donde aun permanece.
Ofelia trabajaba entonces en el Ministerio de Comercio Interior, muy cerca de su casa. Pidió una licencia tras otra hasta que tuvo que pedir la baja. Entonces algunas amistades de la iglesia evangélica a la que asiste la recomendaron para que cuidara y limpiara casas. Y así se mantuvo hasta hace dos años, cuando sufrió la primera trombosis.
—Ahora vivo de lo que Dios me ponga en la mano.
Entre las medidas especiales para prevenir la transmisión del coronavirus en adultos mayores, el gobierno puso el acento en las visitas y en la atención primaria de salud a este sector de la población. Fernández Seco aseguró que se realiza un examen diario tanto a los internos como a las personas que trabajan en los 155 hogares de ancianos y las 293 casas de abuelos (donde permanecen solo durante el día) que existen en el país.
Algunos negocios particulares, como cafeterías y restaurantes, cocinan para los adultos mayores del barrio. Otros grupos de jóvenes asisten como pueden a ancianos y demás comunidades vulnerables, como las personas transexuales.
Desde la sala de su casa, iluminada y fresca, Yolanda reconoce que hay abandono y descuido, que se necesitan trabajadores sociales, pero insiste que no quiere ser malinterpretada: confía en el presidente Miguel Díaz Canel.
—Está poniendo fuertes las cosas para que se resuelvan —dice.
Sobre ese tema, Ofelia prefiere guardar silencio. Tampoco habla de su hijo.
Dos días después de que le tomaran el nombre y la dirección en el comedor social, decidió no esperar más a que alguien le llevara la comida a su casa. Camina por la calle de Obispo tan rápido como sus piernas se lo permiten: debe llegar antes que el comedor cierre o se acabe la comida.