El director que no puede ver sus películas
POR KATHERINE PERZANT
FOTO: GENTILEZA
Miguel Coyula tiene prohibido proyectar en los cines de Cuba, su país. La última vez que lo intentó se lo impidió una redada policial. Ahora organiza proyecciones para pequeños grupos en su casa de La Habana. Cada vez que lo invitan a un festival extranjero se encierra solo en las salas y ve sus películas todas las veces que puede: es la única oportunidad que tiene de verlas en pantalla gigante.
Antes de sacar nuevas cámaras al mercado, Sony reparte cincuenta prototipos a cineastas que prueban su funcionamiento y las devuelven con observaciones. Luego son destruidas en los laboratorios de la empresa. En 2011 solo destruyeron cuarenta y nueve: la faltante la entregó un empleado de la Sony a su amigo, el director de cine Miguel Coyula. Con esa cámara, que tenía un leve defecto en el foco, Coyula grabó el documental Nadie, sobre el poeta cubano Rafael Alcides, y el largometraje Corazón azul, que aún no se estrenó.
La grabación de Corazón Azul duró nueve años. En ese proceso Coyula tuvo que eliminar personajes porque algunos actores se fueron: la mayoría por “miedos políticos” tras la censura oficial de Nadie. La filmación de sus películas es un trabajo casi clandestino. Si necesita alquilar utilería, Coyula no usa el teléfono. Una vez intentó alquilar armas falsas y le cortaron la comunicación. Al actor Max Álvarez le advirtieron: “vas a trabajar con Coyula, él está marcado”.
Nadie, grabado en su mayoría en una habitación de La Habana, se exhibió en el Museum of Modern Art (MoMA) y ganó los premios como Mejor Documental en el Festival de Cine Global Dominicano (2017) y Mejor Película experimental del Arrial Cine Fest (2019) de Brasil.
—Ni intenté ponerla en Cuba —explica Coyula—. Buscamos un espacio alternativo y hubo una redada policial que nos impidió llegar. A partir de ahí, fue un parteaguas: la crítica hizo silencio, no se sabe si para bien o para mal, no se sabe si es buena o mala. La crítica que se escribió fue fuera de Cuba.
La habitación donde se grabó, en el último apartamento de un edificio cincuentón del Vedado, es lo que el cineasta independiente Miguel Coyula llama “el estudio”. Un sofá cubierto con franela púrpura. Un librero mínimo con Mazinger Z, Eisenstein de Shklovski y libros japoneses. En las paredes una decena de premios.
—Los colgó mi madre —aclara Miguel. Su voz es pausada, fría—. Pertenecen a otra época.
Es decir, anteceden a Nadie.
Detrás del estudio hay un petit cuarto de vestuario. Diez fracs, mangas beis y calipso, y en el suelo un trípode. En su silla de nerd, frente a la pantalla 27 pulgadas de una Mac del 2012 donde se expande una mancha, Coyula editó su cine de la última década. A diario, mientras algún efecto especial se hace en segundo plano, ve ahí una o dos películas.
A la izquierda del estudio está el baño, pulquérrimo, chapado en azulejos rosa, con cortina de margaritas y en la repisa La civilización del espectáculo, de Mario Vargas Llosa.
Antes de ver a Miguel estoy en la primera planta del edificio y llamo al número fijo que él me rectificó por Gmail: no tiene celular y el primer número que me envió estaba equivocado. “The number you dial does not exist”, respondió una contestadora.
Miguel abre la reja. En la cintura, sobre un pullover blanco, lleva una faja elástica que legaron años de cargar sin ayuda equipos para sus películas, y con ella luce enfermo. Además porque Miguel es tan pálido. Y lleva el pelo y la barba muy crecidos, como Alberto Durero, el renacentista alemán, en Autorretrato con traje de piel. De hecho, Miguel se le parece. En el rostro alargado, los ojos verdosos, hundidos, la frente limpia, sus ojeras marcadas, y en la translucidez. Solo que Miguel pinta comics y mangas.
Miguel se pone de pie. Cuenta que han enviado Corazón Azul, su último film, a los festivales extranjeros y esperan. Esperan. En la pantalla el film, que no se estrenará en Cuba, se termina de copiar y vamos a la sala.
Corazón Azul comienza y se lee: sin el apoyo del ICAIC (Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos) y sin otros apoyos. Y luego suceden los cien minutos que dura la película. Nos acompaña la actriz cubana Lynn Cruz.
Lynn y Miguel son pareja desde 2013. Se conocieron en el Hotel Nacional de La Habana en el Festival de Cine del 2011, cuando su película Memorias del Desarrollo tuvo la consolación de una muestra. Un apretón de manos y Lynn se fue. Y el tiempo pasó, hasta que él la telefoneó para que protagonizara Corazón azul y ella aceptó. Ya en el rodaje, en esa cercanía constante, se enamoraron.
Miguel deja la libreta donde anotó algunas posibles correcciones al film. Frente al Samsung de cincuenta pulgadas explica parte del trabajo de edición y posproducción realizado:
—Mira, de aquí recorté este edificio. Aquí puse a volar estos pájaros. En esta imagen no había fábricas ni fuegos. En esta coloqué el automóvil. Y aquí, con tres actores, hice nueve. Y el misterio del cine queda explícito, se revela cómo se puede saltar de un último piso. Parece simple, de pronto, pero recuerdas el tiempo, diez años, y no es simple. No lo es.
La primera escena que Miguel grabó para Corazón Azul, en 2011, fueron los ocupados de Wall Street, en New York. En aquel momento combinó la escena documental con actores que repetían textos del guión.
—El proceso ha sido muy largo. Sobre todo por las instituciones que financian cine independiente, no solo en Cuba, sino fuera. Muchas veces lo que se espera del cine latinoamericano debe entrar en ciertos perfiles, lo que se considera cine de arte. Y una película que combina ciencia ficción con horror, animación y cuestiones existenciales, se queda en tierra de nadie, porque no es una película comercial tampoco.
Por esto, Miguel asume financiarlas desde el principio, aunque tenga que vivir como un monje. Su primera película, Cucaracha rojas, tomó dos años. Memorias del desarrollo, cinco. Corazón azul, nueve. Demoran porque es Miguel quien graba y edita. Con un equipo mínimo siempre.
—Esta reducción es debido a que si trabajas a largo plazo es imposible pagar un salario digno. Y no exiges al resto como a ti.
A Miguel le ha influenciado en demasía la visualidad de los animados japoneses, donde cada corte revela una fotografía distinta.
—Hace que escale la tensión, porque en muchas películas tradicionales tú ves plano contra plano, plano abierto, de uno, de otro, pero no hay construcciones visuales para lograr atmósferas.
Las películas de Coyula son caseras. Se ven en un televisor por menos de diez personas. Desde que Nadie fue censurado no anuncia públicamente sus proyecciones y los espectadores son invitados en pequeños grupos a la sala de su casa. Dos hoy. Tres mañana. Y así se ve su cine en Cuba, de a poco. Pero sus películas están diseñadas para la pantalla grande, porque es un obseso de los detalles.
—Preferiría compartirlas con un público cubano antes que en universidades extranjeras, aunque esto es muy bueno. Nadie está hecha para debatir con un público cubano, y está bien que se haya puesto en el MoMA, pero me gustaría ponerla en la Universidad de La Habana.
Cada vez que lo invitan a algún festival extranjero aprovecha para verlas, solo en el cine, solo como hace sus películas. Y las ve una, dos, tres, las veces que pueda, en la inmensidad de la pantalla.
Es su única oportunidad para sentir lo que hace.