La historia de la actriz cubana Lynn Cruz
POR EDGAR ARIEL LEYVA GONZÁLEZ
Nació en 1977 en La Habana. En 2018 se quedó sin trabajo cuando la despidieron de Actuar, una organización oficial de representación de artistas. Desde marzo de 2020 trabaja en un documental que filma con su iPhone 7 para contar por qué la despidieron.
La actriz cubana Lynn Cruz (La Habana, 1977) se autodevora. En un ejercicio –casi– autofágico utiliza su iPhone 7 para mirar. Para mirarse. Para grabar su cuerpo en medio del cuerpo carcomido de su país.
Tiene un rostro delgado. Aunque aparenta serenidad, su rostro es convulso. Lo que más impresiona de él no son las líneas de su mentón, con curvas suaves y lisas; ni su nariz, pronunciada pero coherente; ni sus labios, sin pintar; sino sus ojos.
Me observa. Es una de las miradas más firmes que he sostenido.
Lynn habla sobre Desaparecida, el documental que realiza desde marzo del año pasado. Los primeros planos los hizo a principios del confinamiento que impuso la covid-19. Antes de esas primeras imágenes ella se preguntaba si en Cuba se podría conformar un movimiento de cine independiente, pero de una manera simple, donde no se necesitaran ni permisos de rodajes ni grandes sistemas de producción. La parte técnica no le gusta mucho
—Prefiero hacer teatro —dice.
Viste jersey de canalé negro, pantalón de mezclilla azul y zapatos de cuero sintético, altos hasta el tobillo, con un pequeño tacón cuadrado. Trae el pelo suelto, como casi siempre. Un pelo lacio que recoge, a veces, detrás de las orejas. Habla de corrido. Se disculpa por eso.
A veces sonríe; pero por momentos la noto nerviosa. Dice que no acostumbra a dar entrevistas. Mientras conversamos tiene los codos sobre las rodillas. Solo los levanta tres veces: dos de ellas interpelada por el timbre del teléfono -que responde no sin protestar- y una cuando le abre la puerta a su suegra, que viene a traerle comida para el gato.
Lynn Cruz quiere contar su historia. Quiere decirla, pero suave, en susurros, sin aspavientos. Ya lo ha hecho, en parte, a través del teatro y la narrativa. Ahora lo hace en el cine. Los primeros planos de Desaparecida son reveladores. En ellos Lynn siente “el olor a sangre que borbotea desde la Oficina Central”. Eso dice. Después, asegura, “vino la punzada en el pecho, como el signo de una premonición”.
Ahora la cámara del iPhone 7 sigue dos piernas. Sigue dos piernas que caminan sobre un muro de concreto, el Malecón. En off se escucha una conversación grabada en secreto con un agente de la Seguridad del Estado. La cámara se entrecruza con las flores rojiblancas de un vestido. El vestido de Lynn Cruz. Flores como recién cortadas.
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Lynn asegura que ya no tiene miedo. Pero el miedo está en el temblor del iPhone 7 que capta una sombra. En Desaparecida Lynn Cruz se autovigila como en un panóptico autoimpuesto.
Desaparecida es un documental independiente, autonomía que había experimentado en el cine mientras trabajaba con su “compañero”, el cineasta cubano Miguel Coyula. Con Miguel descubrió una manera de hacer que persigue la total independencia creativa, la que él ha utilizado en todas sus películas, desde Pirámide (1996), hasta la última, Corazón Azul (2021), donde ella es protagonista.
A Lynn el Gobierno cubano sólo le ha dejado ese nicho para actuar: las películas de su “compañero”.
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Es martes 25 de abril de 2018. Tres golpes. Un productor toca la puerta de la casa de Lynn y Coyula, en El Vedado habanero. Viene de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños (EICTV), donde Lynn, por diecisiete años, había trabajado como actriz.
El productor le da un sobre con el salario. A diferencia de los pagos anteriores, esta vez es en cheques. Le dice que, por decisiones de “los de arriba”, este pago será así. Y será el último, porque ya no forma parte del catálogo de ACTUAR, la agencia encargada de “protegerla”.
La Agencia Artística de Artes Escénicas, ACTUAR, es “una organización empresarial de representación de artistas y comercialización de servicios técnico–artísticos”, como se enuncia en su sitio web. La Agencia forma parte de las instituciones dirigidas por el Consejo Nacional de las Artes Escénicas (CNAE) que, a su vez, pertenece al sistema administrativo del Ministerio de Cultura. Tiene como “Misión” “representar a artistas de excelencia y comercializar servicios técnico–artísticos de las Artes Escénicas en Cuba”, y como “Visión” se catalogan como “líderes en la representación integral de artistas”.
Al día siguiente Lynn llega junto a Miguel a la lúgubre mansión, otrora casa de ricos, que ocupa ACTUAR. Caminan por un pasillo largo escasamente iluminado. Suben las escaleras, entran a la oficina del director General, Jorge Luis Frías Armenteros. Está llena de papeles y documentos por firmarl. En las paredes cuelgan afiches de divas cubanas como Blanca Rosa Blanco y Nilda Collado.
Lynn reclama. Frías le dice que la decisión está tomada.
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En el cine, Lynn Cruz ha participado en películas como La pared (2006), Larga distancia (2010), o Eres tú, papá? (2018), pero su “primera obra de teatro fue un desastre”, comenta. Se llamó El Regreso (2011), fue un monólogo que escribió –como versión de La indiana, de la autora catalana Àngels Aymar– junto al antropólogo Carlos A. García.
Desde el principio Lynn Cruz sufrió la censura. Gisela González, quien en ese momento era la presidenta del CNAE, fue la encargada de desprogramar el estreno de El Regreso en la sala Adolfo Llauradó. “Me quedé sin teatro”, dice Lynn y mira hacia el suelo y entrecruza los dedos y aprieta los labios.
Aun así, ella iba a estrenar El Regreso “lo mismo debajo un puente, que debajo de un árbol. En cualquier lugar iba a hacer la obra”. Pudo presentarla, gracias a negociaciones de la Embajada de España en Cuba, en el Teatro Las Carolinas, en la Habana Vieja. En ese momento dio sólo dos funciones. Con El Regreso nació Independiente Teatro Kairós. Luego vendrían Los enemigos del pueblo (2017) y Patriotismo 36–77 (2018).
En Los enemigos del pueblo, un texto escrito por ella, Lynn invitó a Miguel a que la dirigiera. Se estrenó en la galería independiente El Círculo. En abril de ese año había estrenado de manera casi clandestina Nadie, un documental sobre el poeta proscrito Rafael Alcides.
Después de Nadie la vida de Lynn Cruz se transformó. “Mi vida cambió”, sostiene. Cuando veía todo lo que sucedía por una película no podía entender aquella lógica. No podía entender ese despliegue de policías, de agentes vestidos de civil, de autos en la calle… Aquello que pasaba frente a sus ojos era otra película, pero de agitprop.
No lo ha logrado entender. Para poder “soltar todo ese trauma”, Lynn ha tenido que escribir obras de teatro y su novela Terminal (Editorial Hypermedia, 2021). Ella sostiene que el lado oscuro de la sociedad cubana ahora es que empieza a (sobre)salir: “El poder se mantuvo en una posición donde era difícil probar que eras un perseguido político, que estabas siendo censurado, que estabas siendo borrado. ¿Cómo tú pruebas eso? Se enmascaraba de múltiples formas.”
Pero la primera reacción a alguien perseguido y difamado por el Gobierno, remarca Lynn, es “la censura e incomprensión de tus colegas”. Y prosigue: “Dentro de un sistema como el cubano el artista vive una doble disidencia. Disidencia con respecto al Estado y con tus propios colegas. Lo primero que sienten los colegas es que te estás buscando eso, porque sabes que hay un límite y si te pasas estás en problemas y lo sabes.”
Quizá por eso piense que sus colegas se preguntan: “¿Por qué se arriesga tanto? ¿Qué quiere lograr? ¿Con quién quiere simpatizar? ¿Por qué está haciendo eso, si sabe que no se puede?”
Lynn quiso transgredir esos límites.
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Ahora es jueves 23 de noviembre de 2017. Antes de estrenar Los enemigos… el enfrentamiento con “las fuerzas del orden fue más agresivo”. La vez anterior, en abril, antes de proyectar Nadie, como no estaban “preparados para esa situación”, Lynn y Miguel no pudieron ni llegar a El Círculo. Esta vez cambiaron la “táctica”, como si de un campamento militar se tratara: “No lo publicamos en las redes sociales”. Aun así, se enteraron: “Evidentemente el lugar estaba muy vigilado”.
Los invitados no pudieron entrar. Muchos no pudieron llegar. “Cuando logramos entrar, después de despedir a los invitados, hicimos la función. Con los agentes abajo hicimos nuestra función”, rememora Lynn. El estreno sucedió con sólo cinco espectadores. “Está en YouTube”, me dice Lynn, “lo puedes buscar, se llama «Censura a la obra de teatro Los enemigos de pueblo»”. En el video podemos escuchar:
—Ya no es sólo a la oposición. Ya es a los artistas cubanos. Es una guerra de ustedes contra todos nosotros.
Al final del video, letras blancas sobre fondo negro informan: “Cubanos, si quieren ver la obra completa es mejor en vivo, en la sala de sus casas. Invítenos y allí estaremos”. Hicieron un total de siete funciones, incluida una en Miami.
La actriz cubana reconoce que “Los enemigos… fue una obra de ira”. Reconoce, también, que hacerla era “un suicidio social”.
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La fotógrafa Ulla Deventer lleva de regalo una fotografía a Lynn. Lynn posó para ella meses antes del primer plano de su documental. Ulla escogió una entre decenas para obsequiársela. En la imagen una hoja seca cubre el rostro de Lynn. Una hoja en la cara. Sobre ella. Una máscara. (En su origen, la palabra máscara significa fantasma.) Cuando Lynn vio la fotografía no le gustó y la guardó en el clóset por varias semanas. No quería verla: “Da risa, pero no es risa. Es trágico, es terrible. Esa foto me define. Es lo que soy ahora, una persona sin rostro, desaparecida”.