Médico de día, funerario de noche
POR GABRIELA CÁCERES
ILUSTRACIÓN DE FLORENCIA MERLO
Su negocio creció a la par de la violencia de las pandillas en El Salvador. Hoy, que los homicidios disminuyeron, su jornada laboral se divide entre la atención a los enfermos de covid y el entierro de sus víctimas. “En el día trato de salvar vidas, en la noche soy parte del duelo ajeno”, explica.
Juan Carlos Pacheco entra a una habitación pequeña y calurosa. En la cama está el cuerpo de una mujer de 60 años que murió por un cáncer de hígado. Un familiar de la señora ingresa al cuarto y le entrega un certificado de defunción. Juan Carlos se acerca al cuerpo y corrobora la ausencia de signos vitales. Con la vista clavada en la mujer, pronuncia estas palabras:
—Quiero pedirte permiso para poder manipular tu cuerpo. Ningún procedimiento va con morbosidad ni quiero dañar tu imagen. Lo que haré es una preparación de rutina. Será la última vez que tu familia te vea.
Juan Carlos cierra la única ventana. Un ventilador sacude el aire espeso y caliente de la habitación. Con ayuda de un asistente coloca el cuerpo en el ataúd que está junto a la cama. Sobre una mesa pequeña están acomodados los algodones, la formalina, el agua y la lejía; los elementos que necesita para embalsamar un cadáver. Es decir, para preservar por cierto tiempo la integridad y retardar su descomposición.
Al funerario le toma una hora preparar el cadáver. Luego la viste con la ropa que un familiar le entregó. Su trabajo ha terminado. Una funeraria de la zona se hará cargo del velatorio. Él vuelve a su oficina en la funeraria Pacheco, en Jucuapa, Usulután, donde tiene que programar otros dos servicios más por covid-19. Tendrá un fin de semana largo, pero el lunes debe estar a las 8:00 de la mañana en Lolotique, San Miguel, para realizar un barrido sanitario que organiza el Ministerio de Salud para ubicar casos de covid-19. En la noche, Juan Carlos Pacheco es funerario. Durante el día es doctor.
—Es un poco raro y gracioso en buen sentido —dice. En el día trato de salvar vidas. En la noche soy parte del duelo ajeno.
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Para entender las dos vidas de Juan Carlos debemos volver a 2013: ese año, cuando le faltaba poco para graduarse, dejó en suspenso la carrera de medicina para sumarse al negocio de su familia, que habían comprado una fábrica de ataúdes. Las ganancias eran bajas. Lo confirmó un día -después de un año de vender ataúdes en zona oriental- cuando escuchó al dueño de una funeraria negociando con los clientes.
—Manejamos cinco horas para entregar dos cajas a 300 dólares cada una. Ya nos estábamos yendo cuando oí que el dueño de una funeraria vendió un servicio por 2500.
“No puede ser -pensó Juan Carlos-. Aquí estoy desgastando. Mejor cambiemos de negocio”.
En 2014, la familia Pachecho instaló la primera funeraria. Las ganancias fueron peores de lo que esperaban y los problemas de dinero generaron una disputa familiar. Juan Carlos se distanció y creó su propia funeraria, donde no solo iban a vender ataúdes sino que también a preparar cuerpos.
Ese año se fue a México a tomar un curso de embalsamado durante cinco días. El aprendizaje no fue complicado -dice- porque ya había cursado materias de anatomía en la facultad. Sus primeros clientes fueron pandilleros asesinados. Los clientes aumentaron durante 2015 y 2016. En ese último año, la Policía registró más de 5,270 homicidios. La mayoría de las víctimas eran pandilleros.
—Me acuerdo que no parábamos. Era uno tras otro. A alguno de los muchachos tuve que reconstruirle el rostro porque se lo habían destrozado con un corvo.
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Cuatro hombres con trajes de bioseguridad bajan del pick up fúnebre un ataúd donde está el cuerpo de una mujer de 70 años que murió de covid-19. Lo colocan en sus hombros y caminan hacia el cementerio del cantón La Estrechura en San Miguel, un pueblo a la orilla de la laguna Olomega. Afuera hay al menos 10 personas grabando con sus celulares. Otros transmiten el recorrido en Facebook para los familiares que no han podido asistir porque el protocolo de entierros en tiempos de covid lo prohíbe.
Son las 11:45 de la mañana, del viernes 29 de enero, y los trabajadores funerarios ingresan al cementerio. Se balancean en el camino pedregoso; llevan un cuerpo que pesa 300 libras.
—Agarra bien el ataúd —dice uno de ellos.
—Se me va a caer la caja —agrega otro.
Finalmente colocan el féretro sobre un soporte gris. Atrás aparece Juan Carlos Pachecho vestido igual que sus empleados. En sus manos carga una bomba fumigadora con lejía y amonio.
El cementerio está vacío. Una fresca brisa viene de la laguna. Pachecho indica a los trabajadores que coloquen el ataúd de frente, “viendo a la laguna”. La mujer tenía más de tres días de muerta en el hospital San Juan de Dios en San Miguel. Esperaron mucho tiempo para enterrarla porque sus hijos viven en Estados Unidos y debían volver a El Salvador para estar en el entierro. En treinta minutos acaban el procedimiento y se retiran del lugar donde ya solo quedan los familiares.
Afuera del cementerio se cambian de ropa y la colocan en unos baldes. Juan Carlos maneja una hora de regreso a la Funeraria Pacheco en Jucuapa, Usulután, de la que hace cinco años es dueño. Este viernes tiene tres entierros más: todos muertos por covid-19.
Según datos del Gobierno de Nayib Bukele, 1709 personas han fallecido desde que comenzó la pandemia por la covid-19 a la fecha. Un informe de la Corporación de Municipalidades de El Salvador (Comures), que agrupa a las 262 alcaldías del país, contradice las cifras oficiales. El documento revela que entre marzo y octubre de 2020 hubo 1879 muertes. La comisión especial de la Asamblea Legislativa que investiga el manejo que hizo el Gobierno de la covid-19 tiene este documento.
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Juan Carlos finalmente logró hacer crecer su negocio. En 2019 retomó y finalizó la carrera de medicina. Al siguiente año comenzó a trabajar cómo médico en la unidad de salud de 7 de la mañana a 3:30 de la tarde. Su trabajo principal era atender a personas con síntomas de covid-19. También era parte del grupo de Reacción Rápida, que atiende a pacientes graves en sus casas
—También verificaba a las personas que han muerto en sus casas por la enfermedad. Desde que todo volvió a la “normalidad” los casos han subido. Se lo digo yo que atiendo enfermos y entierro a los muertos por covid-19
Esa labor finalizó a inicio de este año. Ahora forma parte de un grupo de 100 médicos que se dedica a buscar casos covid- 19 y a entregar botiquines. Al doctor no le convence del todo la propuesta del Ministerio de Salud porque considera que desperdicia el personal médico.
—Una vez fuimos los 100 doctores a un pueblito y solo encontramos 4 casos con síntomas de gripe y lo medicamos. Podemos estar distribuidos de mejor manera para solventar mejor las necesidades. A lo mejor hay casos, pero la gente también tiene miedo de decirlo.
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Juan Carlos ha crecido entre la vida y la muerte. Su vida, dice, no ha sido fácil.
—Me ha pasado de todo —-cuenta.
Y enumera: a los seis años le hicieron una cirugía para retirarle adenoides y una operación en los oídos por una infección. Tres años después le quitaron el apéndice. Ocho años después su perro, una mezcla de pastor alemán y lobo, le mordió la cara. Le hicieron cuatro cirugías para reconstruir el rostro. Todo eso marcó su vida.
—Me dedico a la medicina porque me gusta salvar vidas. Me gusta ayudar a las personas. Sobre todo de comunidades pobres. Esta carrera no me da estabilidad económica y por eso es que tengo mi negocio.