Retrato del hombre que ayudó a miles de cubanos a encontrar refugio en México
Eduardo Matías López Ferrer es un abogado cubano que desde hace 30 años años actúa como salvavidas de los miles de hombres y mujeres que llegan a tierra azteca desde la isla en busca de asilo. En su albergue, “La casa del balsero”, llegó a tener hospedados a 87 coterráneos a quienes además asiste legalmente. Tiene prohibido el ingreso a su país y no faltan quienes lo acusan de ser traficante de personas.
—Este era el volante del auto, o lo que quedó de él tras la explosión— dice Eduardo Matías López Ferrer parado en la puerta de su oficina, mientras sostiene entre sus manos un pedazo de hierro circular, calcinado hasta la médula.
El abogado hace una pausa, cinco, ocho segundos, como si después de tantos años el terror de morir quemado junto a su familia estuviese vivo en su memoria.
Matías viste un jeans tan desgastado como el adjetivo permite imaginar, una guayabera negra, la prenda tradicional de Cuba, y unas sandalias informales de goma azul que le permiten andar cómodo a sus 64 años. Su casa y su despacho desprenden pobreza.
Es un tipo grueso y no muy alto, de nariz larga y con bolsas de cansancio debajo de los ojos. El cabello teñido de negro de su cabeza y barba contrastan con los pelos blancos que asoman tras el botón abierto de su camisa. Después de más de 30 años viviendo en México conserva intacto el acento cubano.
Desde hace más de una década vive en un edificio multifamiliar de cuatro niveles ubicado sobre la calle Mar Meditarráneo en Tacubau, un barrio popular en el centro norte de Ciudad de México. Es un edificio antiguo con barandas blancas corrompidas por el óxido en los balcones y una pintura gris que cae a pedazos. En su cuadra hay unos locales de renta desocupados, una cantina que vende la cerveza más barata de la ciudad y un basurero frente a su edificio donde reciclan latas y plásticos. A unas cuadras hay un mural rojo con la cara de Zapata, el líder campesino, donde se lee: “la lucha sigue”.
Tres de los apartamentos de ese inmueble son rentados bajo el nombre de López Ferrer. En el segundo piso hay una vivienda donde reside junto a su esposa y sus tres hijos. A una de ellas la bautizó como Habana del Alma, un homenaje a esa ciudad que ama y adonde el gobierno cubano no le ha permitido volver en 33 años. En el tercer nivel Matías ha preparado un pequeño albergue para sus coterráneos.
En estos momentos hay sólo cuatro: tres hombres y una mujer embarazada. Muy pocos en comparación con los 8677 cubanos que en 2019 solicitaron un salvoconducto para permanecer en México, según registros publicados por la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar). Los ciudadanos cubanos hoy están entre los primeros en solicitar asilo en México, antecedidos únicamente por hondureños y salvadoreños.
La crisis económica que vive la isla, donde lo único que abunda es la escasez, aceleró la huida nacional. Luego del desmantelamiento de la política de Pies Secos/Pies Mojados por la administración Obama en 2017, la mayoría de los privilegios otorgados a la comunidad cubana se desvanecieron.
Los nuevos migrantes de la isla ya no se vuelven legales al pisar suelo norteamericano. Ya no reciben vales de comida, residencia automática, tampoco seguro médico o permiso de trabajo a los tres meses en Estados Unidos. Entran, casi, en igualdad de condiciones con los demás migrantes del continente. Conservan sólo una garantía más: aún se mantiene vigente la ley de Ajuste Cubano que permite solicitar asilo después de pasar 366 días en tierra norteamericana si entraron de modo legal al país.
La casa del balsero
El refugio es un apartamento pequeño de dos dormitorios, aunque uno está en desuso actualmente. Tiene también una cocina libre de picante donde preparan las comidas tradicionales de Cuba, un baño compartido y un salón espacioso con algunos muebles , un par de camas y una litera.
Cuenta Ferrer que ha llegado a tener hospedados a hasta 87 cubanos a la vez. “Más de los que se fueron en el Granma”, bromea.
Para no dejar a nadie en la calle, Matías tiene guardadas varias colchonetas que saca y desparrama en el piso del departamento y de su oficina cuando es necesario. También compró cazuelas grandes para cocinar cuando se llena el albergue.
Ninguno de los cuatro cubanos que se encuentran hoy en el refugio le tiene que pagar por estar ahí o por su asesoría legal. Ninguno de ellos considera tampoco volver a la isla como una opción. Su ambición se resume a un sustantivo propio: Estados Unidos. Eso dicen ellos, aunque probablemente les resulte difícil demostrar el estatus de refugiado o reunir los requisitos para recibir asilo político.
Es gente que cruzó un continente donde fueron estafados, víctimas de amenazas y extorsión. Es gente que vendió todo lo de valor para costear el viaje y que ha gastado cuanto tenía para apostar por una vida con menos carencias; y quizá deba regresar al punto de partida, ahora más pobre que antes.
Por ahora, ellos siguen en “La Casa del balsero”— el nombre con el que bautizaron al refugio— esperando un “milagro”: la restitución de la política de Pies secos/Pies Mojados. Piensan que quizá Donald Trump puede reponerla para asegurar el voto de la Florida. Sin embargo, la política anti inmigrantes del presidente norteamericano da otras señales.
El dinero para estar en la ciudad se les agota y los trámites para legalizar su estatus cada vez son más dilatados, aunque tengan la ayuda de un abogado. Desde que México comenzó a funcionar como muro de contención para el flujo migratorio, asegura Matías que todo se ha vuelto más complejo si quieres legalizar tu estatus en el país. Otra opción que no pueden descartar es que terminen deportados.
El primero de mayo de 2016 entró en vigor el Memorando de Entendimiento entre el Gobierno de Cuba y el Gobierno de México. Desde entonces es posible la repatriación de los cubanos que ingresan ilegalmente al país.
Un traficante, un abogado o un hombre que aún no muere
El despacho de Ferrer está en el mismo edificio del refugio. Apenas una escalera más arriba. Solo hay que subir unos peldaños descascarados con un descanso intermedio. Debajo de las manchas de suciedad y el deterioro podría adivinarse que es mármol la base del escalón.
Cuando Matías abre la puerta de la oficina, un olor a humedad se avalancha. Es un olor fuerte que se queda pegado en la nariz. Tras la puerta hay una pequeña y desordenada sala.
En la misma entrada hay un cuadro de la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba y los balseros, López Ferrer lo colgó sobre un escudo cubano al que le falta el gorro frigio. “El gorro es una representación de la libertad y en Cuba no la hay”, comenta con el dedo índice erguido.
Las paredes están tapizadas con cartulinas que muestran los nombres de los fusilados en la isla y de los presos políticos. Hay también fotos de Matías en diferentes eventos y de algunos migrantes que han pasado por su albergue. Ha recortado cuidadosamente notas de prensa donde figura su trabajo; y un reconocimiento emitido a su nombre por el Instituto de Migración Mexicano, ya amarillo y carcomido en una esquina, está enmarcado en el centro. En la pared del frente está la foto de promoción de su hija mayor, recién titulada también como abogada.
Sobre su escritorio dos cosas llaman la atención: una foto en la que se lo ve junto a Willi Chirino, el cantante cubano en el exilio más reconocido, y unas carpetas con cientos de hojas envueltas en nylon. Cada una representa a una persona que llegó hasta él buscando ayuda. Tiene miles de planillas así, dice.
La primera vez que asesoró a un coterráneo fue en Acapulco, en 1987. Matías recién llegaba de Cuba y estaba en la oficina de migración entregando su propio expediente cuando escuchó un acento familiar. “Recuerdo que era un hombre negro y alto, de unos treinta años. Estaba muy desorientado con los papeles y me ofrecí a ayudarlo. Luego lo empecé a hacer con algunos conocidos o gente que me buscaba”, recuerda. El 28 de enero de 1996 en Acapulco fue constituida la Asociación Cívica Cubano-Mexicana que luego se trasladaría a CDMX.
Aunque solo contaban con dos abogados, la asociación llegó a tener 600 socios que ayudaban a mantenerla, pero poco a poco muchos se fueron apartando ante las presiones ejercidas por la embajada cubana en en el país. “El consulado comenzó a intimidar a los miembros, a amenazarlos con no poder volver a Cuba. A mí mismo nunca me han dado un pasaporte nacional para poder visitar a mi madre de 96 años”, cuenta Ferrer.
La prohibición de volver a Cuba no ha sido el único precio que ha tenido que pagar por su trabajo con los migrantes. Eduardo Matías López Ferrer ha sido acusado de ser un traficante de personas que se ha enriquecido moviendo cubanos hasta la frontera de Estados Unidos, según blogs afines al gobierno de la isla. Lo presentan como un coyote muy rico que cobra exuberantes sumas a quienes traslada.
Estas acusaciones comenzaron hace unos seis años, justo después de que la periodista independiente Yoani Sánchez hablara ante la Cámara de Senadores de México. Ese día Matías había ido a escucharla como también un grupo de estudiantes mexicanos, miembros de grupos de solidaridad vinculados a la sede diplomática cubana.
“Al finalizar la charla le hicieron un acto de repudio, tiraron billetes impresos con la cara de ella y le gritaron mercenaria”, cuenta . Ese día Matías habló a la prensa presente a favor de Yoani y criticó a la sede cubana. Poco tiempo después su foto comenzó a circular con el título de traficante.
Aunque no tiene la certeza, Matías sostiene que la Seguridad del Estado, la policía política, ha intentado asesinarlo en dos ocasiones. Una de ellas cuando lo golpearon en un taxi unos extraños y sin arrebatarle dinero o el reloj, le advirtieron que “parara en lo que hacía”. La segunda fue cuando su auto, en perfecto estado, explotó de repente frente a sus ojos y los de su familia.
—¿Qué te ha motivado para dedicar tanto tiempo y esfuerzo a esta labor?
Responde enseguida. “Hace algunos años unos cubanos que acogí me dijeron que me hallaron porque mi nombre y número telefónico están grabados en las paredes de una estación migratoria, junto a una frase breve: ‘Este abogado sí sirve’”.