Sueño con plumas
Por Mónica Rivero
Informe: Mauricio Mendoza
Fotografía: Yoanny Aldaya
Aunque el pollo es la carne que más se consume en Cuba, es un bien escaso. En su mayoría las aves llegan desde Estados Unidos, por lo que los acuerdos comerciales son largos y dificultosos. Algunos economistas locales coinciden en que la única solución será apostar a una industria propia, algo imposible mientras no se modifiquen las condiciones de control estatal.
Esteban Martínez es un jubilado de 66 años, vive con su familia en Centro Habana y necesita que esta carne les alcance para comer un día más. Tiene las manos entumecidas: ha estado en su cocina partiendo una pequeña pieza de pollo congelado, bajo la mirada ansiosa de su gato, que se le enreda entre los pies pidiendo algo. El gato tendrá que esperar.
El pollo, importado, tiene tres destinos comerciales en el país: la carnicería (subsidiado y distribuido a razón de 1 libra mensual por persona), las tiendas en moneda nacional (con límite de 5 kilogramos al mes por libreta de abastecimiento) y las tiendas en moneda libremente convertible (MLC). En el mundo hay unos 23.000 millones de pollos: una cifra que representa tres veces más que el número de humanos. En Cuba se compra pollo si hay, donde se puede y cuando se puede. La pregunta es por qué escasean.
Esteban repite cada mes la rutina de comprar la libra de pollo asignada en la carnicería correspondiente, entre el día 15 del mes en curso y el mismo día del mes siguiente. Debe hacerlo en el tiempo establecido, si no, “lo pierde”. Así designa la jerga burocrática el hecho de que venza la posibilidad de comprar por retraso del comprador: “perder el derecho [a comprar]”. La gente incorporó la expresión, no para referirse al derecho, sino al producto mismo.
En la caja de cartón húmeda y vacía que el carnicero estatal tira en una esquina del establecimiento se puede leer: “Product of USA”. El pollo que en casa consumirán en el transcurso de pocos días Esteban, sus dos hermanas ancianas y su sobrina, llegó desde los Estados Unidos, quizá desde el puerto de Mobile, Alabama o del de Jacksonville, Florida; en cargos refrigerados de las compañías Green Ocean o Lagoon.
La Ley estadounidense de Reforma de las Sanciones Comerciales y Mejora de las Exportaciones (TSREEA) autorizó desde el año 2000 la exportación directa de algunos productos alimenticios y agrícolas a Cuba. El inconveniente para la isla son las condiciones de pago: en efectivo y por adelantado. No es el único.
Cada vez que un productor en Estados Unidos hace negocios con Cuba, mercado de alta demanda alimentaria y muy próximo a sus puertos del sur, debe emprender un enrevesado recorrido financiero. Paul Johnson, presidente de la Coalición Estadounidense de Agricultura para Cuba, describe los contratiempos. “Primero, está el hecho de que, bajo las leyes estadounidenses, sólo podemos exportar en efectivo; no podemos ofrecer crédito, una herramienta que usamos con otros países para incrementar nuestras exportaciones. Con Cuba no tenemos las mismas herramientas financieras que usamos en el resto del mundo por el embargo [vigente desde 1960]. Luego, al no existir relaciones bancarias directas entre Estados Unidos y Cuba, estamos obligados a trabajar con bancos en terceros países. Tampoco se puede ir a ningún banco americano a pedir crédito para exportar. Todo esto aumenta mucho el precio de las transacciones”.
Aun con la carga extra de las sanciones económicas y en medio de la perenne tirantez política entre ambos gobiernos, Cuba es el tercer comprador de pollo de Estados Unidos, después de China y México. Estados Unidos, por su parte, es el primer proveedor de la isla.
“Nos van a salir plumas”
Cuba, también el principal destino comercial de la carne de ave mexicana, importa anualmente más de mil millones de dólares en alimentos para el consumo doméstico. La cifra representa la mitad de lo que destinaba a ese fin hace catorce años, sin que se haya compensado la reducción con mayores producciones nacionales.
Más del 70% de las calorías totales consumidas por la población tienen origen extranjero, y se pagan con divisas que salen del país para no volver. Los últimos años, como efecto combinado de una pésima administración estatal y las sanciones estadounidenses, la oferta nacional ha sido cada vez menos diversa y más inaccesible.
Una cuota mensual de alimentos se entrega a cada “consumidor” mediante la libreta de abastecimiento, una especie de cartilla de racionamiento de productos con precios subsidiados por el Estado. En el caso del pollo, este mecanismo garantiza apenas 1 libra por persona al mes, por un precio de 35 pesos (alrededor de 1,46 USD según la tasa oficial; 0,36 USD según la informal). Supone la cobertura de solo la quinta parte de la demanda de pollo en el país, que en los últimos tiempos se ha disparado frente a la escasez de otras fuentes de proteína animal como pescado, res y huevos, y el precio prohibitivo de la carne de cerdo. El pollo, además, se consume en hospitales y escuelas.
Cada tanto se escucha a alguien decir “Nos van a salir plumas” o “Ya no sé cómo hacer el pollo” (de qué nueva manera prepararlo para variar); quejas populares por la falta de alternativas, expresiones del hartazgo.
La carne de ave es el primer alimento importado por la isla. Sin embargo, no significa que su precio sea asequible, que esté siempre disponible en el mercado y ni siquiera que pueda comprarse con facilidad. La carne más accesible es a la vez poco accesible; lo más fácil de conseguir es difícil de conseguir.
Para completar la dieta más allá de la cuota estatal, es posible encontrar pollo en tiendas en pesos cubanos o en MLC; ambas con oferta irregular e insuficiente. La mayoría de las veces, además, habrá que pasar horas en una fila antes de entrar, sin garantía alguna de que el producto no se agote antes del turno propio.
En las tiendas en moneda nacional, a diferencia de los mercados en MLC, hay límite para la compra de pollo: se pueden adquirir unos 5 kg al mes por cada libreta. En la de Esteban están registradas tres personas además de él, lo que reduce la cantidad que podrá comprar cada uno. Un paquete de 4,5 kilogramos cuesta 204 pesos. Cuando lo revenden en la calle, el precio aumenta cuatro o cinco veces; un paquete de 15 kilogramos puede costar 2.700 pesos, apenas mil y tanto menos que el salario medio en Cuba (3.838). Solo el precio de la canasta básica en La Habana es de 3.250 pesos.
En los mercados en MLC hay otras desventajas: el precio del pollo (el equivalente a casi 10 USD) y su formato (pieza entera o pecho, cuando lo más demandado son cuartos de pollo, con precios más económicos). La moneda libremente convertible (MLC), que comenzó a introducirse a finales de 2019, funciona como una especie de bono digital que se compra con divisas extranjeras. El banco cubano se queda con la divisa transferida, y el consumidor, quien recibe su salario o jubilación en pesos cubanos devaluados, solo puede acceder a un grupo de productos básicos mediante esa operación: comprar MLC con divisas que solo puede conseguir gracias a una transferencia internacional, en el exterior del país o en el mercado informal, en el que el que la tasa de cambio se multiplica por cinco; un mercado desregulado, lleno de riesgos y, a la vez, el más dinámico.
Un cuarto destino de consumo es el sector turístico y de gastronomía extrahotelera; así como una parte residual de las importaciones que se destina a la industria cárnica, para la elaboración de picadillo de carne de ave y masa de carne deshuesada mecánicamente (MDM).
Desde cualquiera de estos puntos en que el Estado vende carne de pollo, una parte irá a revenderse en la calle por personas comunes, en cualquier moneda y a cualquier precio.
El producto puede llegar a costar lo que el vendedor de ocasión quiera pedir. El comprador no tiene alternativa: lo paga o lo deja. Cuando se trata de comida, dejarlo no suele ser opción, si es que cuenta con la buena fortuna de alcanzar la suma exigida.
La superposición de absurdos crea una especie de juego sórdido. Los cubanos están sometidos a una permanente danza mental de números, variables nunca fijas y conversiones cambiantes; un estado de cálculo que no cesa; cuentas, diseño de estrategias, resignaciones.
¿Quiénes venden en la calle? Alguien que logró acumular y le sobra un poco; alguien que necesita el dinero para comprar algo diferente; alguien que tiene contacto con un trabajador de algún mercado que le vende pollo por encima de la ración establecida. También pueden haber adquirido el pollo haciendo varias colas con distintos documentos de identidad, comprando a precio reducido, o una combinación de estas operaciones y otras menos conocidas.
Los coleros
Para conseguir pollo “por la izquierda”, Irma, de 33 años, fue desde su casa en el Vedado hasta un edificio en el municipio 10 de Octubre, a unos 5 kilómetros de distancia. Debió pasar por un largo pasillo hasta llegar a un apartamento medio oculto, efectuar el intercambio con aquel desconocido, y salir enseguida con el “tesoro”, procurando no delatar su presencia en el lugar ni el contenido del paquete que llevaba en las manos. “Como si estuviera comprando cocaína”, dice. Pasa igual con la leche en polvo y con otros productos. Se trafica comida como si fuera una droga prohibida. Hay dealers de pollo, de jamón, de huevos, de leche, de harina, de pescado.
Estos suministradores se valen de contactos y redes de corrupción a pequeña escala para ofrecer un producto que escasea, al precio que estimen y con costos añadidos por “servicios adicionales” como la entrega a domicilio, por ejemplo.
Por algunos meses los eslabones más expuestos de la cadena se convirtieron en los villanos favoritos del mismo Gobierno que no es capaz de crear las condiciones para una adecuada producción de alimentos. Los “coleros”, “revendedores” y “acaparadores” se volvieron un estribillo de discursos y análisis, mientras permanecía el silencio en torno a soluciones concretas para un despegue de la producción, la única que puede crear oferta y con ella restablecer el equilibrio.
Finalmente decidieron crear una figura para atacar los síntomas del desbalance: “LCC” (lucha contra coleros). Se trata de una persona encargada de controlar los documentos de quienes hacen la cola y llevar un registro para evitar que compren nuevamente antes de que les vuelva a tocar. Algunos se han convertido en un nuevo intermediario del tráfico de alimentos. También ellos intentan sobrevivir. Quien tiene un poco de dinero y puede pagar lo que pidan, se resigna a esta forma de conseguir comida.
Como Esteban y su familia en Centro Habana, Gloria en el municipio Playa tiene como fuente esencial de su dieta la cuota mensual subsidiada; luego intenta procurarse complementos al magro suministro. Sus dos hijos emigraron hace años. Esto le reporta algunas ventajas; el precio es su soledad. A veces le envían algo de dinero o le compran un paquete de alimentos a través de tiendas en línea que cobran altas sumas en el exterior por la entrega a domicilio en Cuba.
Hija de un antiguo dueño de bodega, a sus 78 años, se resiste a la improvisación en lo que toca a la comida. La imposibilidad de planificar qué comprar, cuándo ni a cambio de cuánto dinero, ha convertido su cocina y su congelador en pequeños y caóticos almacenes: compra todo lo posible siempre que tiene oportunidad de hacerlo; nadie sabe cuándo será la próxima vez.
Los próximos años habrá más ancianos solos como ella, cuya subsistencia dependerá de lo que les puedan enviar desde fuera de Cuba. Hoy los cubanos menores de 65 años huyen de la crisis por vías legales, ilegales y combinaciones de ambas, a razón de decenas de miles cada mes. Solo en los Estados Unidos este año se espera que lleguen unos 150.000.
No hay pollo del patio
Hace más de treinta años Cuba producía unas 120.000 toneladas de pollo; en condiciones económicas artificiales e insostenibles creadas por la relación con la antigua Unión Soviética. Aun en el mejor momento de la producción nacional, esta no representaba ni la mitad del volumen que ahora se importa.
La industria avícola en Cuba se encuentra bajo control estatal y se dedica, casi exclusivamente, a la producción de huevos, que tampoco satisfacen la demanda ni se compran con facilidad. La gestión está a cargo de empresas del Ministerio de la Agricultura (Minag) dedicadas a la cría de gallinas ponedoras, a través del Grupo Empresarial Ganadero (Gegan), una OSDE: Organizaciones Superiores de Dirección Empresarial. Por décadas no se ha conseguido retomar la producción a gran escala, y hoy solo obtiene 9.500 toneladas de carne de ave de desecho, de ponedoras.
Hay campesinos y cooperativas privadas que producen carne de pollo; pero a una escala tan pequeña que es poco representativa. La producción nacional, también muy reducida, se destina al consumo local.
Ricardo Torres, profesor de economía e investigador, explica que la producción de pollo padece problemas que afectan la ganadería cubana en general. Uno esencial tiene que ver con la alimentación. “La ganadería cubana depende de la materia prima importada para producir alimento para el ganado; lo que provoca costos relativamente elevados. Además, padece malas prácticas derivadas del modelo económico general: ineficiencia; falta de espacio para que los productores innoven, creen productos y los vendan a precios adecuados para recuperar inversiones y volver a invertir; etcétera. Se impide una forma de iniciativa privada que contemple todo lo que se necesita para completar el ciclo producción-venta-inversión, sin el control y la excesiva tutela del Estado”.
Torres, al igual que otros economistas cubanos, considera que el problema de la producción de carne en Cuba no se resolverá con otra disposición estatal centralizada, sino que “habría que permitirles a los propios productores explorar cuáles son las mejores rutas y llevarlas a cabo”.
En cuanto a la producción de pollo en particular, se ha apuntado como una causa más del escaso rendimiento el daño causado por los huracanes a las naves de cría y engorde a lo largo de los años. El tiempo de recuperación que sigue a uno de estos desastres naturales es tan largo, que suele ocurrir un nuevo evento meteorológico antes de que las naves se hayan restablecido y la cría se haya recuperado.
Compensar el déficit de producción nacional de carne de pollo con importaciones no solo representa una gran carga económica, también atenta contra la calidad del consumo. Comer en Cuba un pollo que proviene de una granja extranjera implica que habrá pasado más tiempo desde su sacrificio. Se alarga la cadena de procesamiento y distribución, que supone más manipulación. En las últimas fases de distribución se añade cierto riesgo de adulteración o de refrigeración deficiente.
Un trabajador del Puerto de La Habana dice que es difícil saber cuánto tiempo transcurre entre el sacrificio del pollo en Estados Unidos, por ejemplo, y que su carne llegue al consumidor en Cuba. No sabe cuánto se toma el proceso entre la muerte y el empaquetado de la carne. Una vez en paquetes, tarda quince días en llegar a Cuba, asegura. “El viaje tarda pocas horas, o un día, a lo sumo. Demora más el papeleo de este lado, cuando llega el barco; por el papeleo”.
La mayor parte del valor importado consiste en trozos de carne y despojos comestibles de aves de la especie Gallus Gallus Domesticus, el ave más numerosa del planeta. Refleja prácticamente el total de las importaciones globales de pollo en la isla.
Cuando en 2014 Dilma Rousseff y Raúl Castro cortaron la cinta tricolor en la inauguración del muelle en el Puerto del Mariel, el primer barco que entró venía de Estados Unidos con pollo congelado. Febrero de 2022 marcó el tercer mayor valor histórico en ese rubro (31.212 toneladas por 253 millones de dólares). El economista cubano Pedro Monreal hace las cuentas: entre 2001 y 2021, EE.UU. exportó a Cuba un total de 2.78 millones de toneladas de carne de pollo con un valor acumulado de 2.368 millones de USD. 2.78 millones de toneladas de pollo son 250 kg por persona en veinte años, 12 kg al año, 1 kg al mes. El 40 % de ese total de toneladas Cuba lo ha comprado solo en los últimos cinco años (2017-2021).
¿Qué habría pasado si apenas una quinta parte de los 2.368 millones de USD que a lo largo de veinte años han terminado en manos de productores estadounidenses, se hubiese pagado en precios justos a productores cubanos de esta u otra carne? ¿Cuánto se habría invertido, recuperado y vuelto a invertir?
No hay señales de que la producción de pollo en Cuba logrará superar pronto el déficit en que se encuentra. La solución la tendrían los productores en las granjas, si tuvieran capacidad real para la gestión y la innovación; pero permanecen atados mientras se mantiene la dependencia de las importaciones y se aleja cada vez más la estabilidad alimentaria para los cubanos.
En el informe sobre rendimiento agrícola presentado por el ministro del sector en marzo pasado, queda descrita así la situación: en 32 de 37 producciones, no alcanzaron las metas propuestas. En abril hizo un año desde la aprobación de un paquete de 63 medidas para estimular la agricultura. Esteban y la inmensa mayoría de los cubanos cada día se sientan a la mesa sin ver aún los resultados.