El último techo es, antes que nada, una mirada sobre el impacto de la pandemia de covid-19 en la crisis estructural de la vivienda en América Latina. No es un estudio institucional ni un relevamiento numérico para cuantificar un problema que arrastra olvidos gubernamentales desde hace décadas.
Este especial investigativo y transfronterizo es el resultado del trabajo de veinte periodistas de ocho países de la región que participaron del Programa Periodismo Situado. Durante ocho meses investigaron cómo la pandemia profundizó la crisis habitacional, la respuesta de los gobiernos para hacer frente a esa problemática y el impacto real que han tenido esas políticas públicas en la vida de millones de personas. Aquí encontrarán historias locales, nacionales y regionales, enormes o minúsculas, más o menos desdichadas, y tan variopintas como el continente mismo.
Las categorías que imaginamos para ordenar estas crónicas son, como todas las categorías, arbitrarias. Reparan en los grandes conflictos que las atraviesan y sus hilos comunes. A través del esfuerzo colaborativo que partió desde ciudades tan distantes –y a la vez tan cercanas- como La Habana, Ciudad de México, Oaxaca, Lima, Miami, Ciudad de Guatemala, San Salvador, Bogotá, Cali, Montevideo, San Pablo, Buenos Aires o Santiago de Chile, agrupamos una docena de microhistorias que conforman un primer paño urgente sobre el desamparo, el olvido y la desesperación respecto a la vivienda que las comunidades más vulnerables sufrieron con la llegada de la pandemia.
Además, pusimos especial atención en el impacto en la vida de poblaciones históricamente vulneradas, como mujeres y disidencias. En este especial podrán leer las historias de 7 mujeres trans de países distintos pero con historias similares: sus familias las expulsaron de casa muy temprano, vivieron un tiempo en las calles, en pensiones y hogares alquilados y, contra todo pronóstico, llegaron a viejas. O un texto colaborativo transnacional de cómo el confinamiento expandió la brecha ya existente en la región entre hombres y mujeres respecto al tiempo que le dedican a las tareas de cuidados. Tanto que si fueran actividades rentadas representarían el rubro más pujante de varias economías. O una investigación que da cuenta de qué manera la obligación del encierro en las casas para reducir los contagios significó, para muchas mujeres, quedar atrapadas con su mayor amenaza. Las estadísticas -aun con las del último año no consolidadas- son contundentes: mientras los índices de delitos callejeros disminuyeron o se estancaron durante el confinamiento, en la mayoría de los países latinoamericanos las cifras de la violencia machista aumentaron o se mantuvieron estables.
Los más desprotegidos de la pirámide social históricamente han vivido en sitios peligrosos. Los miles de cubanos y cubanas que habitan casas en La Habana con peligro de derrumbe, o los ocupantes de albergues transitorios que viven allí desde hace décadas, o vecinos de antiguos edificios construidos durante los vigorosos planes de vivienda de la Revolución que hoy, luego de la caída del campo socialista, sufren sus fallas estructurales por la falta de mantenimiento. O la historia de Manuel, sobreviviente de un alud en Guatemala, que perdió parte de su familia y su casa, y vuelve a donde estaba su árbol de aguacates y donde desapareció para siempre el cuerpo de su sobrina.
También se narra sobre quienes han sido empujados de sus hogares con la crisis económica o tienen que vivir en permanente movimiento, y se han procurado, a fuerza de voluntad y determinación, un techo o la comida. Algunas de esas historias cuentan las tomas de terreno en el centro de Chile, las mujeres en las afueras de El Salvador que levantaron su propio barrio, los inquilinos ilegales en Cuba, siempre a merced de los desalojos arbitrarios, o los migrantes cubanos que llegan a Miami a vivir en casa rodantes y se dan cuenta de que jamás tendrán la propia. Y luego están aquellos que, por sus clases sociales u orientaciones sexuales, se han acostumbrado a vivir en la precariedad o a la intemperie, y la pandemia sólo ha llegado para recordarles ese destino: los hombres que viven en las calles de Lima, la pareja a la cual le prohíben alquilar una casa por ser gay, o las familias desplazadas por la violencia en Colombia que ahora vuelven, por un plan reparatorio gubernamental, a habitar las tierras recuperadas al narcotráfico.
La crisis habitacional es uno de los problemas más graves y crónicos -hasta el momento- de América Latina. Ya en 2012, según un estudio del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), una de cada tres familias de América Latina y el Caribe —unos 59 millones de personas— habitaba en una vivienda inadecuada o construida con materiales precarios o sin servicios básicos. Siete años después, en 2019, de acuerdo al diagnóstico del Banco Mundial, la situación era aún peor: dos de cada tres familias en la región seguían sin acceso a una casa digna.
Aquello no ha cambiado. La crisis generada por la pandemia de covid no es solo sanitaria y ha empeorado las condiciones de habitabilidad de millones de familias en América Latina y el mundo. Es posible que para una gran cantidad de latinoamericanos ese último techo terminara de desplomarse durante la pandemia, pero las rajaduras empezaron a notarse varias décadas atrás y desde entonces vienen multiplicándose y haciéndose más profundas. La magnitud real de ese impacto es algo que aún no terminamos de ver nítidamente. Algo que está sucediendo en este mismo momento. Cuando el covid se retire de los grandes centros urbanos y las periferias de nuestros territorios, cuando el daño ya no se exprese en miles de muertes cada día, podremos empezar a dimensionar con mayor precisión las secuelas que esta pandemia provocó en el resto de las facetas de la vida cotidiana. Entre ellas, el drama de las familias que perdieron la casa o terminaron de perderla. El Último Techo es el primer impulso de narrar sus tragedias cotidianas en y desde América Latina.
Dirección general: Cristian Alarcón / Coordinación y edición de investigación: Sebastián Ortega y Laureano Barrera / Edición general: Hinde Pomeraniec /Asesoría editorial: María Teresa Ronderos / Dirección de arte: Julieta De Marziani / Ilustración: Juan Dellacha / Diseño: Federico Mercante / Programación y diseño web: Broobe / Comunicación y redes sociales: Andrés Alarcón, Ana Nemirovsky y Solana Camaño